La afirmación de Freud de que probablemente las mujeres carezcan de Superyó
[1], curiosamente, no produce ningún escándalo en el mundo del psicoanálisis. A lo sumo una indulgente sonrisa en las mujeres o una secreta satisfacción entre los hombres, gesto performativo con el que se consiente, sin saberlo, a un orden, a un régimen.
Sin embargo, nuestra experiencia clínica con mujeres nos permite afirmar algo casi totalmente opuesto, que ellas se ven afectadas por el Superyó de una manera tanto o más significativa que los hombres pero con una particularidad:
el Superyó en la mujer toma la forma de una injuria, Puta.
Puta es el nombre, impronunciable por formar parte de las palabras prohibidas, de cómo una voz se presenta a una mujer toda vez que ella se aproxima a la vida sexual y muy especialmente cuando es alcanzada por el goce que le es propio, definido por Lacan como el goce de
mujer., un goce Otro que el fálico.
Esto que presentamos aquí como un hallazgo tal vez resulte cómico por ser obvio para la mayoría de las personas, y especialmente para las mujeres, aunque no dicho.
Junto a la liberalización de las costumbres, a la permisividad sexual en las sociedades occidentales encontramos que la potencia de la injuria no ha disminuido y que, por el contrario, se articula al imperativo de goce contemporáneo.
En nuestra época, como lo ha establecido Jacques-Alain Miller, se verifica una suerte de inexistencia del Otro
[2], una caída de los semblantes del padre y de los semblantes masculinos que nos permite hablar de la feminización del mundo. Pero esto no se acompaña de una liberación de la mujer respecto a la voz superyoica y, por el contrario, la caída de los ideales, de los semblantes con los que se revestía antes la figura del padre, va dejando cada vez más al desnudo la ferocidad de su cara superyoica y su empuje a un goce sin regulación, mortífero, asociado a una culpa igualmente desmesurada.
La caída de la vertiente idealizante pone en primer plano el objeto
a bajo la forma de La voz. Y esa voz, como lo ha señalado Lacan, no dice nada, es pura injuria, es puro mandato de goce que hace caer la culpa sobre el sujeto a la vez que lo empuja a obedecer.
Esa voz dice
“Puta.”
No hay que pensar que sólo lo dice a las mujeres, aunque ellas pueden dar un testimonio preciso de ello. El varón, confrontado al ejercicio de la función fálica, no puede evitar encontrarse tomado por esa voz injuriante respecto a quien es su pareja, como verificamos en cantidad de varones obsesivos que se ven impedidos de asumir una relación afectiva con la mujer con la que han compartido la cama.
Llama la atención lo breve de la definición del sustantivo en el diccionario de la Real Academia Española: Puta: prostituta. La RAE limita extraordinariamente el significado de la palabra a la mujer que recibe dinero a cambio de sus favores sexuales.
Es asombroso porque la palabra
Puta tiene, eso sí que lo puede decir cualquiera, pero especialmente un analista que escucha en su clínica a hombres, mujeres, niños y adolescentes, una extensión infinitamente mayor. Una mujer, la mayoría de las mujeres, experimentará la acechanza de la injuria no cuando recibe dinero a cambio de su sexo, aunque también en esa circunstancia, sino toda vez que el goce se haga sentir en su cuerpo.
Puta se hará oír si una mujer se muestra accesible a las demandas de los hombres, si lo hace más o menos rápidamente, si no propone demasiados obstáculos, si el número de hombres con los que frecuenta es mucho, si aun siendo mujer de un solo hombre disfruta del sexo, si la frecuencia con que lo quiere hacer es muy seguido, si lo hace con intensidad, si lo hace con pericia, es decir, si cuenta con un saber sobre el sexo, si le es infiel a su marido, novio, o pareja, si su ropa deja ver su piel, si su maquillaje es rojo, etc. Es decir, es infinita la lista de ocasiones en las que el nombre
puta se hace presente explícitamente, viniendo del otro masculino, del otro social, de las demás mujeres, o implícitamente llegando como voz áfona desde las profundidades del inconsciente.
Y se hará presente también para el varón que se confronte con el deseo de una mujer con el correlato paradojal de impotencia y excitación con el que se asocia.
Pero digamos más: aun cuando la mujer evite todo contacto sexual la injuria puede incluso hacerse presente porque la represión presentada como virtud puede ser también el indicador de una lasciva encubierta, de modo que bajo el significante
santapuede hacerse escuchar el Superyó femenino en una metonimia infernal. Se cumple así el carácter paradojal del Superyó que se muestra más severo con aquel que limita más la satisfacción de la pulsión.
Diremos también que el no querer saber sobre el sexo, proponiéndose la mujer como niña, como ingenua, expone a la misma acechanza. Ser “una mosquita muerta”, “hacerse la tonta” es el modo con el que el Otro social sanciona a la mujer que, conservándose en una posición de inocencia infantil, no puede evitar con eso mismo hacer aparecer el erotismo propio del goce de
mujer. que se oculta tras el velo de la niña.
La madre, significante con el que Freud intentó situar una salida airosa de la castración para la mujer, no escapa a la amenaza del Superyó femenino
Puta. La expresión “hijo de puta”, que en varias lenguas se reduce a
Hijo de Madre, muestra la proximidad que también Freud pudo reconocer en los nombres madre y puta, ambas caras de una misma moneda. La injuria “
Hijo de Puta”, antes impronunciable y hoy cada vez más extendida en su uso quiere decir, esencialmente, que la madre ha gozado, que la procreación no se deriva únicamente del derecho del padre sino que ha habido un goce no masculino, que ha habido el goce de
mujer.
En resumen, el insulto
Puta se hace presente como el modo en que la cultura preserva el dominio del orden fundado en el falo.
Con lo que podemos decir que esa injuria, estará presente siempre como el correlato estructural del goce de
mujer. y que la injuria se hace presente como el modo en que el Superyó se presenta en la experiencia femenina. En todos los casos, en cada caso y en todas las circunstancias.
A la mujer, dice Lacan, se la difama, usando la homofonía en francés, dit- femme, y diffame, es decir, siempre que se habla de ella se ultraja su buen nombre, siempre que se dice mujer se le dice
puta, porque es el modo con que el performativo de la cultura preserva el orden fundado en el falo.
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